Soy de Argentina, Buenos Aires y creo firmemente en los ángeles.
Mi historia comienza un día
cualquiera, una mañana cuando todos en la familia nos disponemos a ir al
trabajo. Mi hijo, en ese momento, refiere un malestar a lo cual le digo que se
fije cómo continúa a lo largo del día y, obvio, que vaya al médico. Al
transcurrir el día, mi hijo se siente cada vez peor, entonces decide salir
antes del trabajo e ir al médico. Lo evalúan y le sugieren que vaya a un
hospital, cosa que hace y, en ese momento, yo ya estaba acompañándolo.
En el hospital, por sus síntomas, le
dicen que es una posible apendicitis. Él debía ir directo a cirugía, pero en
ese momento no era posible, según ellos, estaban en otra cirugía. Transcurrían
las horas y a mi hijo se le agregaban síntomas, cada vez se sentía peor, ya
era desesperante.
Pedí a Dios una señal para tomar la
mejor decisión, pues estábamos contrarreloj, porque una apendicitis es
quirúrgica y en cuestión de horas puede agravarse. Estábamos esperando una
respuesta de los médicos o ir a otro hospital, cuando llega otro “paciente” que
me pregunta directamente qué le pasa a mi hijo. Yo le cuento y este “paciente”
me dice: “Por qué mejor no lo llevas a otro hospital.” Y me sugiere uno que
está a sólo a 15 minutos de distancia del hospital en que estábamos nosotros.
Fue tanta su insistencia que yo lo tomé como un mensaje.
Inmediatamente nos fuimos al otro
hospital. Mi hijo ingresa, lo evalúan y en menos de 2 horas está en el
quirófano. Lo operan de apendicitis y el médico dice que llegamos a tiempo,
porque estaba a punto de complicarse. Mi hijo se recupera en 2 días, después le
dan de alta y hoy sólo una cicatriz nos recuerda ese momento.
Estoy convencida que ese “paciente-ángel”
fue puesto en mi camino. Nunca pude agradecerle personalmente, pero, sea quien
sea, ¡le deseo que tenga una vida bendecida!
Sólo quería compartir mi experiencia.
Los ángeles existen, sólo debemos estar dispuestos a recibir o ver las señales.
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