Mi esposo y yo viajábamos a la Copa Mundial de Fútbol de Brasil en 2014, tomamos un vuelo de Miami a Sao Pablo y allí pasamos el día antes de seguir hacia Belo Horizonte para acompañar a la Selección Colombia en su primer partido.
Almorzábamos en un restaurante muy bonito y la comida era
deliciosa, pero cuando fuimos a pagar no quisieron recibirnos la tarjeta de
crédito y eso nos puso en apuros. Teníamos algo de efectivo que habíamos
cambiado en el aeropuerto de Miami, pensando en el taxi a la llegada, pero no
era mucho. Mi esposo insistía en que debían recibir la tarjeta, ellos insistían
en negarse y así fue pasando el tiempo hasta que se nos hizo tarde. Pagamos con
el dinero que traíamos y alcanzamos a tomar el vuelo, algo disgustados mi
esposo y yo, tras el impase. Subimos al avión sin un real, no teníamos para el
taxi y, para acabar de ajustar, tampoco pudimos conectar nuestro teléfono al servicio de telefonía
local como era el plan, así que tampoco teníamos modo de comunicarnos con la
persona que íba a hospedarnos. Yo, muy preocupada y mirando a las nubes
por la ventana del avión, pedí de corazón a los ángeles que nos ayudaran, porque estábamos
en un país extraño, sin hablar el idioma, incomunicados, sin dinero y arribando
de noche. ¡Nos iba a quedar todo muy difícil!
Finalmente nos quedamos dormidos los dos y cuando yo desperté
tenía mucha sed. Llamé a la azafata para pedirle una “gaseosa” como decimos en
Colombia, pero la azafata no me entendió y no sé qué habrá entendido, porque se
puso furiosa conmigo y parecía que me estaba regañando, pero yo tampoco
entendía lo que me decía. La señora que iba junto a nosotros, en la misma fila,
decidió intervenir. Ella hablaba perfecto español y le explicó a la azafata lo que
yo trataba de pedir y al momento me trajo agua. Agradecí a la señora su
intermediación y ya, nos pusimos a conversar con ella y nos contó que era una
ejecutiva de una empresa minera y que había estado en nuestro país. A mí se me
ocurrió pedirle el favor de que, al llegar, nos prestara su teléfono para
llamar a la casa del joven donde íbamos a hospedarnos y no sólo nos hizo el
favor, sino que, además, habló por nosotros con él, que tampoco hablaba nuestro
idioma. Nos explicó que el lugar al que nos dirigíamos quedaba en su ruta y nos
invitó a ir con ella, porque el conductor de su empresa la estaba esperando. Nos dejó al frente de la puerta del sitio al que nos dirigíamos.
Al despedirme le agradecí toda su ayuda y le dije que había
sido un ángel para nosotros, ella tan sólo sonrió y continuó su camino.
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