Dicen que en el universo no hay coincidencias.
Ana tiene
una estrecha relación con su ángel de la guarda. Se llama Manuel, lo convoca con
frecuencia y recibe su guía y ayuda.
Ella es representante
de ventas de una conocida marca de cosméticos. Debe hacer visitas a sus
distribuidores y un día, tras salir de un supermercado, se de cuenta que se ha hecho tarde y ya ha oscurecido. Tiene que cruzar una zona despejada y poco
iluminada para llegar hasta el paradero donde pasa el bus que la debe conducir a casa, tras un día intenso de trabajo.
Cuando
camina por el desolado lugar, ve a un hombre que viene caminando en dirección a ella. No
tiene buen aspecto y Ana teme que pueda ser un ladrón. Acude a su ángel, le pide
protección y en esas, un hombre sale de la nada.
—Venga,
mejor yo la acompaño, que ese sujeto no genera nada de confianza.
Extrañada
con la “casualidad” camina con tranquilidad junto al extraño hacia el
paradero. Esto hace que, casi de inmediato, el otro hombre desvíe su camino y se
aleje de ellos.
Una vez llegan
hasta el lugar, Ana no puede sino decirle a su escolta de corazón:
—Usted
llegó como caído del cielo…
Pero algo
muy dentro de ella le decía que la coincidencia no era tal y que el hombre podía ser su ángel Manuel. Con la intención de asegurarse, decide preguntarle el nombre:
—Me llamo
Rodrigo —contesta el otro, para desilusión de Ana.
—Rodrigo,
muchas gracias por acompañarme —reitera la joven.
El hombre le sonríe con ternura y se aleja.
Ana apenas tiene tiempo de
mirar el reloj y cuando levanta la vista, ya no ve a Rodrigo por ningún lado. No
puede dejar de pensar en la "coincidencia" de todo lo sucedido. En vista
de que le bus tarda en llegar, decide entrar en una tienda que está junto al
paradero, para comprar algo de tomar. No puede evitar esbozar una sonrisa cuando lee el
letrero a la entrada: La Tienda de Manuel.
* Las historias están basadas en hechos reales, sin embargo, algunos detalles, nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de sus protagonistas.
al leer este articulo sentí un hormigueo por todo el cuerpo, llenándome de mucha alegría el saber que ellos nos acompañan cuando lo necesitamos, ya que cuando los envoque siento su presencia detrás de mi.
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