Me llamo Edda, tengo 62 años, cuando esto pasó tenía 20 y una bebé de pocos meses.
Vivía donde me dejaran pasar la noche, pero esa noche
no me quisieron abrir la puerta y, sin saber qué hacer, empecé a caminar por
Buenos Aires. Me di cuenta que un hombre me seguía, entré a un bar y pedí que
me dejaran usar el teléfono, pero del otro lado nadie me respondió.
Seguí caminando y esta persona seguía detrás, a poca
distancia, por la vereda de enfrente. Cada vez que yo paraba él paraba, era muy
evidente que me seguía, así que me apuré para llegar a la Av. 9 de julio, mi
idea era estar en una calle más iluminada y con más tránsito de personas.
Caminé por la avenida un par de cuadras y me paré en una vidriera con mucha luz
sin saber qué hacer, pues yo no tenía dinero y estaba con mi bebé en brazos.
Miré hacia atrás y ese hombre seguía ahí, a poca distancia, pero ya sobre
la misma vereda que yo.
De pronto, veo venir una pareja conversando y los intercepté,
les pedí que me regalen una moneda para llamar por teléfono. A pocos metros
había un teléfono público -esto era el año 81, ahora ya no existen-, así
que me dieron la moneda, pero, en lugar de seguir su camino, retrocedieron y
fueron conmigo hasta el teléfono. Una vez más, nadie me contestó, hice varios
intentos, pero nada. Les devolví la moneda, prácticamente desahuciada y
entregándome a lo que Dios disponga.
Ahí fue cuando ellos me interrogaron, pues yo era muy joven y
pensaban que había escapado de mi casa. Les expliqué que yo no era de Buenos
Aires, que venía del sur y no conocía a nadie, sólo tenía a mi marido, pero que
vivíamos en casas separadas, porque no teníamos vivienda, a él le prestaban
para dormir en un lugar y a mí en otro y que estaba con mucho miedo, porque ese
hombre, y lo señalé, me seguía. Entonces, me ofrecieron ir con ellos y me
explicaron que vivían en la Boca y que iban a tomar el colectivo en la
esquina. Yo pensé: «Me mata ese tipo y vende a mi bebé o me matan
estos dos y venden a mi bebé». Mi suerte estaba
echada y los elegí a ellos.
Pagaron mi boleto de colectivo, me llevaron a su casa esa
noche, me dieron de comer. La señora preparó una mamadera de leche para la bebé
y, no voy a olvidar nunca, me ofreció una manzana, mientras desplegaba un mapa
y me pedía que señale de dónde era yo. Resulta que ella era profesora y su
esposo era pintor, no tenían hijos y me dejaron pasar la noche en su casa. Al
otro día, cuando desperté, ella había preparado el desayuno, él se había ido a
hacer un trabajo (changa) y desayunamos las dos. Le di el biberón a mi hija, la
limpié y le dije que me iba agradeciendo lo que habían hecho por mí. Me dio
unas monedas, me indicó donde tomar el colectivo y me fui.
Siempre dije que ellos fueron dos ángeles que puso Dios en mi
camino.
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