El contacto y las señales con mi ángel “Emmanuel” se dieron desde antes de recibir mi primera carta, como les compartí en mi primera historia Libélulas I …
Con gratitud y emoción les cuento que las señales han sido muchas desde la primera carta, sin embargo, algunas de sus manifestaciones se sienten más cercanas o especiales.
Esta, de hecho, es una de mis favoritas:
En el año 2010, con mi esposo decidimos hacer un tour por Santa Marta. En la programación, la primera salida fue a una playa llamada Taganga, todo se veía muy hermoso, no conocíamos y el paisaje nos deleitaba. Al llegar a la playa caminamos un rato, almorzamos y en la tarde se podía, si se deseaba, hacer snorkel. Yo no sabía nadar en ese entonces y ni lo pensé, me dio miedo intentar. Mi esposo fue y yo, en cambio, disfruté de un masaje con aceite de coco a la orilla de la playa recostada en la arena y observé un hermoso atardecer. ¡Se podrán imaginar la tranquilidad!
En eso, empecé a hablar mentalmente con mi ángel y le dije: “Emmanuel, yo sé que estás conmigo todo el tiempo. Sin embargo, aquí en Santa Marta con este calor no creo que haya libélulas, ¿qué otro santo y seña nos inventamos?" Pensé por unos minutos la respuesta, pero no se me ocurrió nada y en ese nivel de relajación simplemente me dejé llevar por el masaje, olvidando buscar una respuesta. Llegó mi esposo, compartimos un rato más y a la hora del regreso nos recogió la lancha de vuelta a Santa Marta.
El recorrido, si mal no recuerdo, fue relativamente corto y al llegar, cuando levanté la mirada, la lancha que se encontraba aparcada por el costado que bajamos, era de color blanco y tenía por nombre “EMMANUEL”, estaba escrito en letras grandes mayúsculas de color azul. Mi corazón se aceleró de la emoción, pensé: "A mí se me olvidó buscar otra opción de santo y seña, pero a mi ángel no".
Luego, nos tomamos una fotografía mi esposo y yo, en ese momento solo sentí una plenitud, una conexión tan especial. ¿Saben? Yo no me considero fotogénica, pero esa fotografía esta ampliada y colgada en la sala de mi apartamento y cuando la ven, todos me dicen que quedé muy bonita en esa foto.
Esa noche llamé a Mauricio de MAGIO a contarle mi asombrosa historia y él, por supuesto, me escuchó atento y a pesar de la distancia sentí como compartía conmigo la alegría de lo que yo sentía como mi mágico momento.
Pero, ¡eso no fue todo!
Resulta que en Santa Marta, a diferencia de lo que yo pensaba, sí había libélulas. No son azuladas ni de colores vivos, son de color café o marrón, por los menos todas las que yo vi. Lo digo, porque en las siguientes salidas que realizamos, siempre hubo muchas libélulas acompañándome.
Fotografía tomada por la autora de Internet