No siempre tenemos la capacidad de entender cómo trabaja el Cielo, sino con el tiempo...
Adriana tiene
un bonito matrimonio, una hermosa familia, un trabajo que le gusta, una buena
vida, no perfecta, pero buena y ella es básicamente feliz…
Pero
cierta mañana, apenas al despertar, se da cuenta que su argolla de matrimonio
no está en el lugar que la deja siempre antes de irse a dormir: sobre su mesa
de noche. El corazón le da un vuelco y luego el lamento de preocupación y
desconsuelo no se hace esperar. El volumen hace que todos en casa queden al
tanto de lo ocurrido y su esposo, algo indiferente para lo que ella espera,
trata de consolarla diciendo que de seguro debe estar por ahí.
Los hijos
la ayudan a buscar la argolla, bajo la cama, en el piso del cuarto, en el baño
y no, no lo encuentran. No pueden dedicarle más tiempo, porque se les hace
tarde para ir al colegio, así que van a alistarse. Adriana continúa la búsqueda,
mientras su esposo, dándose cuenta que ella no piensa ocuparse de nada más
hasta encontrarla, va a preparar el desayuno.
Al
regresar, para decirle que la mesa está servida, encuentra el dormitorio patas
arriba, no hay cajón que no haya sido vaciado, no hay prenda ni cobija que no
haya sido ondeada, no hay mueble que no haya sido movido ni objeto que ocupe su
lugar. Se acerca para consolar a su esposa, sentada al borde de la cama, le pasa
el brazo sobre los hombros y le dice con amor:
—No te
pongas así, podemos mandar a hacer otra igual.
En una
fracción de segundo, Adriana explota como un volcán, para sorpresa de su
marido.
—¡¿Otra,
otra…?! ¡No! ¡Yo quiero MI argolla!
Los niños
apenas llegan a la puerta, no dan crédito a lo que sucede. Ellos están listos y
con los dientes limpios, para que su madre triste no tenga que preocuparse por
nada. Nunca la habían visto así y no acaban de entenderlo. El padre se retira
prudente y les dice que será esta vez él, quien los lleve al colegio.
Adriana llama
al trabajo y se excusa diciendo que amaneció enferma. Jamás había hecho algo
así, pero sabe que no va a estar tranquila hasta no encontrar su argolla. A la
habitación le sigue la sala, la cocina y hasta el comedor, donde le habían
dejado el desayuno servido. No encuentra ni rastro de su preciado anillo.
Pasan las
horas y sigue inconsolable, hasta que reacciona al ver su casa hecha un caos y mirarse ante el espejo, completamente fuera de sí. Respira profundo y sintiéndose
un poco más calmada, clama por ayuda a su ángel. Ese que conoció años atrás,
por medio de un mensaje en la casa de Magio. Suele convocarlo con frecuencia,
pero nunca antes con el corazón roto como en esta ocasión y le dice en voz alta
y todo, mirando al Cielo… o, bueno, en realidad, mirando solo al techo:
—Mire,
angelito, mi anillo… Yo sé que es algo muy superficial, pero para mí es muy importante,
es el símbolo de todo esto tan bonito que tengo, que he conseguido en la vida
junto al hombre que amo. Yo quiero mi anillo y quisiera que aparezca.»
Y
habiendo dicho esto, sintiendo un alivio en su corazón, comienza a organizar de
nuevo toda la casa. No quiere que los niños, al regresar del colegio, la encuentren
así. Igual, ella debe bañarse y organizarse. Como ya se ha tomado el día,
aunque sintiéndose un poco mal por eso, decide aprovecharlo y llevar a sus hijos a comer
una pizza, de esa que les encanta.
El esposo
de Adriana llega al restaurante y en realidad, pasan una linda tarde familiar
antes de volver a casa y que la vida continuara siendo lo que siempre ha sido
para ella y los suyos: feliz.
¿Y la
argolla?
De la
argolla, no volvieron a saber... o, bueno, hasta el día en que, varios años
después, se trastearon a su casa nueva. Todos estaban felices y
cuando acomodaban los muebles del cuarto principal, al abrir el cajón de la
mesa de noche, estaba allí, como si el tiempo no hubiera pasado,
como si nada hubiera ocupado el cajón en todos esos años.
Todos fueron testigos del momento en que Adriana, con lágrimas en los ojos, puso de nuevo la argolla en su dedo, la que no tuvo reemplazo, la original. Claro, jamás la había olvidado, pero pudo comprender que lo que representaba, siempre estaría con ella y por eso fue tan importante encontrarla justo ese día.
* Las historias están basadas en hechos reales, sin embargo, algunos detalles, nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de sus protagonistas.
Todos fueron testigos del momento en que Adriana, con lágrimas en los ojos, puso de nuevo la argolla en su dedo, la que no tuvo reemplazo, la original. Claro, jamás la había olvidado, pero pudo comprender que lo que representaba, siempre estaría con ella y por eso fue tan importante encontrarla justo ese día.
* Las historias están basadas en hechos reales, sin embargo, algunos detalles, nombres y lugares han sido cambiados para proteger la identidad de sus protagonistas.